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miércoles, 28 de agosto de 2013

Psinopsis

El sol empezaba a ocultarse por el horizonte y las tinieblas invadían poco a poco el cielo, llenando la tierra de sombras y oscuridad. La luna, a pocos días de estar llena, brillaba con majestuosidad y las pocas estrellas que vencían la luz artificial de la ciudad parpadeaban lanzando pequeños destellos. El mar, sobre el que se reflejaba la luna, se convertía en un gigantesco océano de plata que resplandecía, las montañas solo eran oscuras manchas gigantescas y el bosque un conjunto de oscuras y retorcidas sombras con aspecto fantasmagórico.
Los ruidos de la ciudad disminuían de intensidad, a excepción de las discotecas y lugares de ocio, que abrían sus puertas, y solo se podían distinguir los aleteos de los murciélagos, el ulular de los búhos y el suave y relajante fluir de las aguas del río, que cruzaba la ciudad, pasando antes por el bosque, y desembocaba en el mar.
A medida que la luz iba ocultándose, dejando espacio a las tinieblas, la ciudad se apagaba para descansar hasta la salida del astro diurno, sin embargo para diez jóvenes chicos, que empezaban a reunirse en su lugar habitual, el día aún no había acabado.
En pleno centro de la ciudad había varios locales de ocio para los jóvenes, pero había uno en especial que resaltaba por encima de todos. “La Luna Llena”, ese era su nombre, contaba con cinco plantas, dos hacia arriba y tres hacia abajo. En las plantas superiores había mesas y mullidos sillones alrededor de ellas, para comer, beber y pasar el rato tranquilamente con los amigos y contaban con un karaoke y una pequeña pista de baile. En las plantas inferiores estaban las enormes pistas de baile con humo, luces, música ensordecedora, todo tipo de bebidas, etc, que enseguida serían ocupadas por incontables jóvenes, que saldrían de allí tambaleándose. La planta que daba a la calle era como un bar cualquiera con pequeñas mesas, un futbolín y una diana. Fuera, encima de la puerta, había un enorme cartel luminoso de luces de neón plateadas con el nombre y una resplandeciente luna llena en el centro.
Faltaban pocos minutos para que dieran las diez, cuando la puerta que daba a las cocinas se abrió y salió un chico de unos veinte años, llevando en su mano derecha una bandeja con comida para una familia sentada a una de las mesas.
Tras servirla, posó la bandeja en el mostrador y se puso a limpiar las copas y vasos que había acumulados en el fregadero. Iba por la mitad cuando apareció su relevo y se fue a la sala de los empleados a cambiarse, para luego volver a subir, cruzar el local y dirigirse al último piso.
Allí, en una mesa redonda, que estaba al fondo del espacio y delante de un enorme cristal, que ocupaba toda la pared y daba al enorme parque del centro de la ciudad, se encontraban sus nueve amigos, todos de su misma edad, charlando amistosamente mientras esperaban su llegada.
Ricardo, como era el líder del grupo, se encontraba a la izquierda presidiendo la mesa. A su derecha estaban Javier, Diego y Gabriel; a su izquierda Serena, Amata, Violeta, Carolina y Marta; y enfrente de él se encontraba Fernando.
         En cuanto le vieron cesó la conversación y le saludaron amistosamente. Él respondió al saludo y cruzando el espacio que los separaba se sentó entre Ricardo y Javier, enfrente de Serena, reanudándose la conversación al instante.
          Después de unos minutos Ricardo les pidió un momento de atención para proponerles algo y sacó un pequeño cuaderno. Quería hacer un diario conjunto con todos los del grupo, en el que cada día escribiría uno de ellos sin mirar lo que habían escrito los demás.
         Tras debatirlo unos instantes, todos estuvieron de acuerdo y se pusieron a redactar las normas:
1)     Quedaba terminantemente prohibido leer lo que habían escrito en días anteriores los demás. Si se incumplía esta norma, que era la más importante, se procedería a la expulsión del grupo del quebrantador.
2)     El diario se escribiría siguiendo un orden, que se elegiría por sorteo y no se podría cambiar.
3)     Si alguien pedía, por motivos importantes que no se preguntarían, escribir en el diario antes de que llegara su turno, se le podía permitir y al devolver el diario se seguiría con el orden establecido.
4)     El diario debía ser entregado en mano al siguiente que le tocara, cuando se reunieran todos en la Luna Llena.
Escritas las normas, Ricardo sacó diez pequeños papeles, en los que estaban escritos sus nombres, y los metió en un pequeño tarro. Después, por unanimidad, se decidió que fuera Serena la que sacara las papeletas y el resultado fue: Ricardo, Serena, Fernando, Diego, Amata, Javier, Carolina, Gabriel, Violeta y Marta.
Elegido el orden se pusieron a decidir el nombre del grupo, lo que les llevo más tiempo del que creían en un principio. Surgieron muchos nombres, pero al final el elegido fue “Los Nocturnos”, ya que solo se reunían por la noche. Hecho esto Ricardo se guardo el diario y todos se fueron a sus casas.